Mi condena
Me siento ante el televisor con las manos en el teclado y las lágrimas ya se preparan para salir. El tiempo ha pasado, sí, pero los sentiminetos y la rabia siguen aquí aferrados a mi pecho impidiéndome respirar con normalidad. Cargas con una condena social porque, diga lo que diga la gente, siempre hay quién duda de ti, el que te señala, aquel que disfruta hablando a tus espaldas e imaginando la clase de demonio que debes de esconder. Por mi parte, salvo en aquel momento inicial de contar toda la verdad que no sirvió para nada, no he estado aireando sus trapos sucios. Yo fui el primero en no tener prejuicios y lo he pagado, pero es cierto que rumana, prostituta, casualmente maltratada por todas sus exparejas y con esa forma tan despectiva de tratarme que tuvo durante la relación, durante la cual apenas tuvimos relaciones un par de veces en años y en la que admitió que yo le daba asco... El que jamás ha recibido un te quiero o un abrazo no pedido, y al que muchos se le han denegado, e